CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

martes, 1 de noviembre de 2016

EL DESTELLO NOCTURNO

¿Creyó por un momento escuchar un grillo? No podía ser posible, al menos en mitad de este noviembre un poco cálido que se había presentado de improviso, argumentando el imparable cambio climático. Pero cuando volvió un poco en sí, se dio cuenta de que todo había sido un sueño del que acababa de despertar, en aquella cama que ahora se le antojaba demasiado grande. Llevaba ya siete meses tomando dos gramos de trankimazin para poder conciliar el sueño, y el caso es que la medicación le había alterado las constantes vitales de su vida, y no le había resuelto el problema por el cual las tomaba, el sueño. Ella era de sueño profundo. Amante del descanso tempranero y del madrugar,  siempre juró entre amigos y conocidos que nunca se le habían pegado las sábanas. Al menos hasta el momento en el que su mundo se desmoronó. Contaba ya los sesenta y cuatro abriles y si algo le pidió siempre al destino, era el privilegio de no presenciar el último cumpleaños de su propia mitad, Alejandro. Pero la vida es tan cruel y tan maravillosa a la vez –admitió asintiendo con la cabeza-, que ahora se encontraba sentada en el borde de su cama a las cuatro y cuarto de la madrugada, como una goleta varada y sola, desarbolada en una playa. Él había sido su universo absoluto y completo. Su razón de ser, su vitalidad y el sentido de su existencia. Escritor de pro y profesor en la facultad de física, era un hombre fascinado por la astrología y el universo de los planetas, así como investigador. Alejandro decía tener dos amores reconocidos en el mundo, su compañera y la Luna. Y el caso es que fue por causa de este astro, el motivo por el que se conocieron en aquel claro del páramo junto a la que ahora era su casa. Ella tenía diecisiete años y había tenido una fuerte discusión en casa con su hermano mayor, por cuestiones familiares. Salió enrabietada de casa y se marchó sin un rumbo fijo, solo con el deseo de evadirse de los gritos de aquella casa que cada día le superaba más; y el páramo siempre fue su lugar predilecto pues estaba junto al pueblo. Los humedales y el graznar de las aves que lo habitaban, siempre despertaron en ella una filiación desconocida con aquello. Y fue precisamente allí, en un claroscuro, donde tropezó con un desconocido que admiraba la luna con un extraño artilugio llamado astrolabio. Conversaron, hablaron hasta el amanecer, él le explico aceleradamente los movimientos y características del blanco astro y allí surgió una unión y complicidad que con el tiempo se configuraría en aquello que algunos llamaban una sola cosa, su vida de pareja. No les bendijo la vida con hijos, pero ellos solos se bastaban para tener conocidos que hacían las veces como tales. Alejandro y ella eran personas comprometidas con el pueblo y la cultura, hasta el punto de editar el primer periódico local de la comarca. No se le podía pedir más a la vida, hasta que en aquella madurez Alejandro sufrió un ictus dando clase en la facultad, que le inmovilizó gran parte del cuerpo, por lo que su expresividad quedó anulada casi al cien por cien. Es tremendo como te cambia la vida en un plis plas, pensó ella en aquellas horas de la noche desvelada en su habitación. Lo que más le atormentaba es que desde que Alejandro sufrió el ictus, hasta que un infarto celebrar se lo llevó de este mundo; en aquellos cuatro meses no pudo despedirse de él ni comunicarse con él. Siempre pensó que él le escuchaba, pero los médicos le decían que su compañero de vida, ya no pertenecía a este mundo. Antes de aquel fatal desenlace, Alejandro le decía que tenía unos fuertes dolores de cabeza localizados en tal cual parte del cerebro, pero nunca pensaron en que pudieran derivar en un ictus y una muerte prematura a los cuatro meses. Desde que esparció las cenizas, llevaba enclaustrada en casa casi siete meses, exceptuando el día que salió para votar y un par de ellos por asuntos de bancos y el médico. Sencillamente no podía. No sabía. No entendía como podía vivir o seguir viviendo…, sin Alejandro. Sintió que le faltaba la respiración y abriendo la ventada de la habitación asomó la cabeza al frescor de la noche. Respiró hondo varias veces con los ojos cerrados, percibiendo el olor de las plantas aromáticas del patio y la humedad proveniente del cercano páramo. 

Por un momento se fijó allí, en la lejanía. ¿Otra vez aquel destello? Se preguntó. Instintivamente miró la luna que estaba llena a más no poder y calló en la cuenta de que, si bien ella se había asomado a la ventana varias veces durante las noches en las que se desvelaba, siempre vio el destello de luz en el páramo cuando la luna estaba llena. Algo que no pudo explicar la estremeció, pero se convenció así misma de que había sido un cambio de temperatura lo que la había destemplado. Tras un pis volvió a la cama y se acurruco en su lado, sin ni siquiera invadir un milímetro del espacio que hubiera ocupado Alejandro de estar junto a ella. Nuevamente no podía dormirse. Su pensamiento estaba en aquel destello de luz en la noche. Se dijo que había cien explicaciones posibles para que aquel pequeño rallo de luz incidiera en su ventana y en su campo de visión de aquella manera tan concreta, casualidades de la vida. Pero ella no creía en la casualidad. No supo de dónde sacó el valor para salir de la cama, pero se puso unos calcetines disparejos sin darse cuenta, cogió una gran pashmina de la cómoda, el teléfono móvil para utilizarlo como linterna; y saliendo por la puerta de atrás del patio, se enfrento a la oscuridad para descubrir el lugar desde el que provenía el destello. No tuvo que caminar demasiado, ni siquiera adentrarse en la zona del humedal para darse cuenta del sitio escaso desde el que venía la luz; el claro del páramo en el que Alejando y ella se conocieron. Avanzó poco a poco, asimilando la posibilidad de llegarse a una sorpresa formidable; pero la realidad era aun más aplastante. Y esa realidad le recordaba que su compañero de vida ya no vivía para este mundo. Cuando llegó al lugar miró hacia su casa y comprobó que desde allí se veía perfectamente la ventana de su habitación. Alguien había colocado de manera certera un trozo de cristal, que a buen seguro era la base de una botella certeramente recortada y pulida. Cogió el cristal y lo elevo hacia la luna para verla a través de él y se quedó sin habla al ver tallado en el cristal la palabra “Alex”, el diminutivo por el que ella llamaba cariñosamente a su fallecido compañero. No supo qué hacer ni que decir, pero algo le decía que aun había cosas por descubrir. Si no, ¿a qué venía aquel destello de luz lunar preparado por alguien de una manera determinada? Podría indicar algo concreto. Busco por el claroscuro algo con lo que poder remover la tierra y solo encontró una dura vareta de un almendro cortado en dos por un rallo. Raspó el terreno hasta que logró desprender algunos terrones húmedos de tierra cuando a varios centímetros tierra adentro chocó con algo parecido a metal. Varios minutos después tenía entre sus manos una pequeña lata roja embarrada de chocolatines, los preferidos de Alejandro. Sus nervios estaban a flor de piel cuando quitó el precinto que rodeaba la caja y vio en el interior un pequeño sobre con un nombre escrito en él, Charo. Su propio nombre. Las lágrimas pugnaban por salir pero estaba ensimismada con el descubrimiento. Sin pensar ni siquiera en coger un gran catarro, se desparramó desecha en el suelo y superada por los acontecimientos abrió el sobre y leyó el papel que había manuscrito en el interior, era la letra inconfundible de Alejandro. “Querida Charo, si estás leyendo estas letras es posible que yo me haya marchado al océano remoto de astros que habitan el cielo. Las pruebas médicas que nos hicimos de carácter rutinario en la facultad me advirtieron del riesgo de problemas celébrales, y me horrorizaba el pensar que pudiera sufrir un ataque de tal magnitud que me hubiera dejado sin posibilidad de comunicarme contigo y despedirme. Charo, tienes que seguir. Si has llegado hasta aquí, es porque tu vida se ha transformado en infelicidad, has perdido el sueño y no tienes ganas de estar en este mundo. No quiero verte ni sentirte infeliz desde la dimensión en la que ahora me hallo. Hemos vivido la vida en plenitud y hemos disfrutado y viajado. ¿Recuerdas cuando visitamos la muralla china? Me dijiste que se te quedaba corta, pues estabas dispuesta a andar conmigo aun una distancia más larga y eterna. Pues eso te pido hoy Charo, que sigan caminando y que sigas viviendo. Lo mejor de mi vida has sido tú, cariño. Y creo poder sacar pecho al admitir que yo he sido lo mejorcito de la tuya…jajaja. No te rindas mujer. Alguien se tenía que marchar antes y si estás leyendo esta carta, doy gracias al destino porque he sido yo el que te ha pillado la delantera. Debes seguir floreciendo en el mundo al que todavía perteneces. No te cierres a nada Charo. Se tu misma, sintiéndome en cada suspiro de aire del páramo y en cada noche de luna llena en la cual nos amamos de manera apasionada. Hay gente que te necesita en cuestiones que los dos hemos sacado adelante. Y si yo no estoy, debes estar tú. Es mucho el amor que nos hemos tenido, Charo. Demasiado grande y demasiado poco para nosotros. Pero como solíamos decir, la vida es así de cruel y así de maravillosa. Sigue tu ritmo, no de abandones ni te alejes de tu destino y tu educación en la vida, y ten seguro de que en tu pensamiento, en nuestra casa y sobre todo en nuestros familiares y amigos, nunca nunca te olvidaré. Desde el mismo lugar en el que hace 47 años nos conocimos, te dejo un beso eterno mi querida Charo. Te quiere siempre, tu Alejandro. No supo cuanto tiempo lloró en el claroscuro aferrada a la carta bajo aquella luna que la alumbraba en la nocturnidad, pero regreso a casa siendo aun de noche. Se lavó la cara y se cambió de camisón. Volvió a meterse en la cama no sin antes abrir las cortinas para que entrara la luz de la luna llena que invadió la mitad de su cama, la parte de Alejandro. Sin pensarlo se deslizó bajo las sábanas y ocupo el lugar que fuera de su compañero abrazando la almohada. Sintió la luz de la luna sobre ella y de alguna manera se sintió reconfortada. Solo una lágrima se deslizó por sus mejillas, pero era de gratitud. Tras siete meses de angustia y sobresaltos, Charo consiguió quedarse profundamente dormida.

Con mis mejores deseo, para todas las personas que afrontan la perdida de un ser querido, esposo/a, Hijo/a, amigo/a...etc. Permita el destino, que siempre haya opción para la esperanza y para la vida. Un abrazo fraterno de Floren.