CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

miércoles, 6 de febrero de 2013

EN CAMINO, TEOLOGÍA DE LA CUARESMA - 2.2 EL SACADO DE LAS AGUAS


2.2 El sacado de las Aguas

En Moisés hallamos un ejemplo claro de lo que es caminar conforme al sentido pascual y su preparación para ello. Antes de sumergirnos en los dos aspectos fundamentales de la cuaresma y la semana santa, la penitencia y la conversión; profundizaremos en la figura, experiencia y mensaje de este gran hombre que vivió doce siglos antes de Cristo.

Sabemos mucho de Moisés, sobre todo por lo que aporta el libro del Éxodo y más aun, por aquello que desde la antigüedad nos ofrecen la literatura y el cine. Admitamos que Charlton Heston marco un hito en aquella película, que Cecil B. DeMille dirigió en  1956, y cuyo rodaje duro varios años. Allí le vemos tal y como nos lo cuenta el libro del Éxodo. 

La historia del niño hebreo que para librarlo de un infanticidio es arrojado al Nilo, de cuyas aguas es rescatado por una princesa Egipcia que le adopta como hijo. Enterado de sus raíces y acusado de asesinato, se marcha por medio del desierto hasta que las circunstancias le colocan en la familia de Jetró de Madián, con cuya hija mayor se casará. Luego volverá a Egipto después de haber escuchado la voz de Dios en la zarza ardiente, para salvar a su pueblo de la esclavitud.

Son numerosas las investigaciones que hasta nuestros días nos llegan, sobre este personaje efectivamente histórico, tan significativo para judíos y cristianos. Según el biblísta, historiador e investigador Gerald Messadié, Moisés efectivamente tuvo relación con el país de Gosén, cuya tierra fue ofrecida por el faraón de entonces a José el hijo de Jacob, para que este y toda la tribu se establecieran en esa región.

         Gén 45,10 Habitarás en la región de Gosen y estarás cerca de mí tú,    tus hijos y tus nietos, tus rebaños, tus ganados y todo cuanto tienes.”

Situado en el delta del Nilo, la región de Gosén era tan grande que otrora será llamado como país. Si miramos el delta del Nilo desde el sur, advertimos una desembocadura de dimensiones vertiginosas. Aproximadamente, el delta tiene de norte a sur 160 km de longitud, y de este a oeste unos 240 kilómetros de costa. Si a esto añadimos la gran riqueza de la región, como comienzo del creciente fértil, llegamos a la conclusión de que, aunque alejado de las ciudades más ricas y estilosas de Egipto, sin lugar a dudas era esta región un gran centro de producción agrícola y ganadera. 

Los habitantes de Gosén –los hijos de Jacob/Israel- eran denominados “apiru”, cuya palabra traducida de la escritura cuneiforme de una estela del tiempo de Ramses II, se traduce por “cubierto de arena”. Aunque otros los llamaron hijos del papiro, hace denotar la palabra el carácter humilde tanto de la región como de sus habitantes, que viven en la zona fangosa del Nilo y allí donde el papiro crece. Teniendo en cuenta que Israel pudo estar sujeto –como clase trabajadora- a abusos, nunca fueron tratados ni maltratados como esclavos por los Egipcios. 

Aun así, se mezclaron con ellos ya que fueron muchos los años de convivencia de unos con otros, y mantuvieron una estrecha relación entre clases alta y baja. Es por ello por lo que Moisés “Mosen, Moses”, nombre de origen Egipcio, fue hijo de un hombre “ápiru” y una princesa egipcia. Una de las muchas hijas con total seguridad del gran faraón Seti I, perteneciente a la XIX dinastía entre los años 1313 a 1292 a.c. Alguien exento de vínculos sanguíneos no podía introducirse en la familia real. 

Y esto fue posible gracias a que en el antiguo Egipto, primaba la supremacía de la mujer –matriarcado- sobre la del varón –patriarcado-. De todas formas este origen egipcio o mestizo de Moisés se omite en el Éxodo, para no hacer notar que este era hijo de una cultura pagana.

Aun así Moisés fue una persona criada en palacio, y por ello gozo de una exquisita educación y una observancia de principios que le llevarían a observar en primer lugar la cultura y creencia egipcias. Sin embargo esta claro que en la madurez de su vida y como bien nos explica:

         Ex 2,11-12 Por aquellos días, Moisés, ya mayor, fue donde estaban     sus hermanos. Vio sus duros trabajos y observó cómo un egipcio     maltrataba a uno de sus hermanos, a un hebreo. Miró a su alrededor, vio que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró entre la arena.”

Por medio de este asesinato, se nos hace denotar el giro que Moisés da a favor de las raíces de su pueblo paterno, el pueblo hebreo. Moisés, sintiendo quizás inquietud por conocer los orígenes del pueblo de su padre, que también era pueblo suyo, se sumergió en aquella comunidad hebrea y fue consciente del límite de vejación al que puede llegar el ser humano cuando se deja de su propia mano. Por ello, Moisés, conociendo el pasado de aquella comunidad y el ejemplo de perdón ofrecido por su fundador, José de Jacob, queda perplejo ante la lejanía en que el recuerdo de José ha quedado en la mente de los hebreos. Estos, alejándose del Dios de sus padres, Abraham, Isaac y Jacob, se abandonaron a la práctica de la supervivencia, alejándose del rostro de Dios y de sus raíces primigenias.

Esta superado aquello de que Moisés era tartamudo. Al menos en Hch 7,22 se nos explica la elocuencia verbal de este:
         “era poderoso en palabras y obras”

Por ello admitimos que sabía hablar bien, sabía obrar bien, y era plenamente consciente de estas posibilidades suyas. Sabía que sabía, porque tenia una buena educación; y esa buena educación le hace persona valedora para llegar a ser, la brújula que oriente los pasos de toda una comunidad. 

Puesto del lado de los desfavorecidos y por ello, del lado de los hebreos, socorre al afligido aun a pesar de la vida de otro. Pero aun con el deseo de ayudar, Moisés se siente en peligro, desubicado e indefenso. Es sabedor de las raíces sobre las que se cimienta la fe de Israel, pero el no se ha llegado a experimentarla, aun no ha visto el rostro de Dios.