CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 2 de julio de 2012

¿MURIÓ LA HIJA DE JAIRO?


¿Murió la hija de Jairo? Mc 5,21-43

Tengo por costumbre los viernes dar lectura al evangelio del domingo, para así llegar a una interpretación propia, antes de leer las reflexiones de unos y otros.

El evangelio es ya conocido para los que los estudiamos y sobre ellos oramos. Además, es claro en el planteamiento, Jesús asiste a cada mujer –a cada persona- en cada etapa de su vida. Por cierto, el número doce es determinante para la actuación del maestro.

Por un lado está la hemorroisa, mujer marcada por la sociedad religiosa del momento como impura. Creció sabiendo que era impura y como impura la tenían todos sus congéneres. Además, su enfermedad era de las enfermedades que se adolecen en silencio por la repercusión que tienen en aspectos fundamentales de la persona. La enfermedad de la hemorroisa, es una enfermedad que le afecta a su sexualidad, le impide el contacto físico y el desarrollo de su femineidad, como interpreta Pagola.

Ella confía, y Jairo el poderoso jefe de la sinagoga también confió. No sé hasta qué punto podemos igualar los conceptos fe y confianza. Lo digo porque el sábado asistí a misa participando de la eucaristía, y un sacerdote contextualizo bien la situación de ambas mujeres, pero no supo –o no quiso- llegar al capítulo central de este evangelio, la exclusión de la persona por su género o por su concreta situación. Se quedó en la fe, recurso último que a todo sacerdote enseñan en el seminario, para no resbalar en el intento.

“Mirad a los ojos a Jesús y confiad”, dijo el cura. Además se apasionó, sí. Pero cuando hablaba a la comunidad reunida, yo pensaba en la enseñanza de la metafísica de los griegos que estudié de pasada hace unos años, y en un aforismo árabe que tengo muy en cuenta en mi vida y que dice al uso: “ata tu camello, luego confía en Dios”.

Creo que es importante la fe. Lo recalco, importantísima. Que me lo digan a mí. De no tener mi fe fundamentada, en el momento en que recibo una reprimenda del arzobispo de Sevilla por mi pensamiento teológico, quizás estuviera desesperado. Como digo no es el caso, pues la fe cimentada efectivamente no puede mover montañas pero hace inamovibles la firmeza de los corazones humanos y el libre pensamiento.

Con fe nos podemos morir esperando. Por ello, yo apuesto más por la confianza, ya que al confiar eres consciente de que se va a actuar en tu vida de una manera determinante, como actúa Jesús. El toca y se deja tocar –Mc 5,30-. Y al realizar el contacto físico, devuelve la dignidad y el lugar que le corresponde a la persona denostada.

Que me voy por las ramas. ¿Murió la hija de Jairo? Entendamos que esta niña tenía doce años. A nuestros ojos una niña, a los ojos de su cultura de entonces una mujer con edad casadera. Los doce años en la cultura judía, era la edad propia o aconsejada, para desposar a los hijos. Desposar no era casar o realizar la ceremonia del matrimonio. El desposorio consistía en que la mujer en plena adolescencia, abandonaba para siempre el hogar familiar y se marchaba a la casa de los padres del novio, para vivir todos en comunidad. Esta situación podía prolongarse durante años. Aunque la relación intima y la cohabitación se celebrara posteriormente por medio de la introducción de los esposos en el tálamo –habitación conyugal- por parte de los amigos y familiares; la ruptura de la futura esposa con su familia carnal era determinante para la vida de estas mujeres.

Les arrebataban la infancia casi a los doce o catorce años. Se les acababa la vida en un matrimonio concertado desde pequeños, en el cual primaban las alianzas entre clanes familiares. Jairo, el poderoso jefe de la sinagoga de Cafarmaum –sig. Aldea de Naum o lugar de consuelo-, tuvo que vivir un momento terrible de presión. Como responsable de hacer cumplir las tradiciones, por un lado estaba obligado a llevar a cabo la alianza establecida con su hija y otro clan familiar; y como padre, se adolecía en la desesperación sabiendo que su hija deliraba por otra vida, vivida quizás sin los matices esclavizantes que en muchos casos impone la cultura del lugar.

Un drama familiar, tenía que tener lugar en casa de Jairo y desesperado, acude a Jesús; alguien a quien él está obligado a despreciar pues se proclamaba hijo de Dios. Volvamos al evangelio. Dos mujeres desesperadas. Una por la esperanza de su dignidad vivida hasta el momento de su muerte. Otra por la dignidad de su joven vida, que están a punto de arrebatarle.

¿Institución o vida, funcionario o padre? En esto se dirime el mensaje del evangelio por parte de Rafael J. García Aviles. Y dice más: “Levántate, le dijo a la niña. LEVANTATE. La vida no se impone; se ofrece y hay que acogerla y cuidarla –encargó que le dieran de comer- y dejar que madure hasta que sea capaz de entregarse para dar más vida. Jairo y su hija –y también la mujer con flujo de sangre- representan la misma realidad: el conjunto de hombres y mujeres, que son unas veces víctimas y otras cómplices de un sistema religioso que, en lugar de contribuir a la felicidad del ser humano, tiene como único objetivo el perpetuarse a sí mismo, y , pervirtiendo su función, acaba por impedir la relación de la criatura con su creador, del viviente con la fuente de vida, del hombre libre con el Dios liberador […], la institución religiosa y la ley, convertidas en absolutos, en fin en sí mismas, habían condenado a estas mujeres a la infecundidad y a la muerte, tuvieron que romper con la ley y abandonar la institución para poder encontrarse con Jesús, para quien el hombre está por encima de toda ley y de toda institución. Y el encuentro con Jesús les devolvió la salud y vida, dignidad y esperanza.

Acabo esta reflexión con las últimas palabras de R.J García Aviles. “Y salió de aquel lugar”. “No se queda a reformar una institución que se había aliado con la muerte, que ya no tenía arreglo; pero antes… Jesús insiste: Levántate, muchacha; levántate, pueblo: acepta la vida y construye tu libertad”.

Como comprenderéis, mi sorpresa al encontrar esta reflexión fue mayúscula. Ya somos dos los que pensamos que la hija de Jairo no estaba muerta, ni murió físicamente. La estaba matando el sistema cultural y sobre todo religioso. Sepamos poner por encima de todo nuestro SER LIBRE Y RESPONSABLE. Jesús, está por encima de toda institución y de todo poder preestablecido. Ambas mujeres, experimentaron la asistencia del Espíritu del resucitado. Saludos desde la calurosa Andalucía.

Floren de Estepa. Estudiante de teología cristiana.