CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

jueves, 12 de julio de 2012

LA ORACIÓN I. 2. ¿QUE ES ORAR?


2 ¿Qué es orar?

La oración en todas las religiones, es la expresión espontánea y común de cualquier forma de comunicación humana con la divinidad. De manera que es impensable la existencia de una persona que se considere religiosa, pero que no practique ninguna forma de oración. En este sentido podemos afirmar, sin exageraciones, que la oración pertenece a la esencia misma de la experiencia religiosa autentica.

¿Es adecuada y definitiva esta definición?
Es difícil establecer una definición especifica que explicite en cada creencia lo que es oración, -aquí lo vemos a grandes rasgos-. Se ha dicho que la oración consiste en la decisión humana que toma posición, mediante palabras, ante la otra posición que ocupa la voluntad superior y/o divina. Pero ocurre que la oración presenta mucha diversidad de acentos y variantes, desde la amenaza hasta la humildad más sumisa, desde la suplica angustiada y temblorosa hasta la absoluta confianza del corazón.

Pero en todo caso, cuando el hombre ora, se dirige a una voluntad que el ser humano sabe que existe por encima de la voluntad humana y de la que la persona espera una respuesta. En este sentido, la oración en esencialmente un diálogo. Normalmente, este diálogo apunta a un objetivo muy concreto: se reza –ora- para obtener algo. 

A veces, sin embargo, en la oración no hay sino el simple desahogo de la disposición íntima de la persona orante, disposición íntima, piadosa, deferente, amistosa o caracterizada por cualquier otro sentimiento que pueda tener una persona determinada, sea cuales fueren sus circunstancias.

Por ello y aunque la oración pueda ser entendida generalmente como un diálogo, en realidad cualquier ser humano vive experiencias de autentica comunicación con Dios que no se pueden considerar propiamente como un diálogo. Es más, pueden producirse situaciones de lucha o sufrimiento en las que una persona expresa ante Dios lo que siente, que puede ser incluso la desesperación y, a veces, la maldición de la hora en que vino a este mundo.

Los Salmos, el libro de Job y otros escritos del Antiguo testamento abundan en ejemplos de este tipo. Nadie pondrá en duda que estas formas de expresión son de igual manera una oración, aunque el orante viva situaciones o experiencias que difícilmente se pueden entender como una relación correcta con Dios.

Sal 13,3 ¿Hasta cuándo tendré desazón en mi alma, y en mi corazón tristeza día y noche? ¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo sobre mí?.

Sal 116,3 Me cercaron los lazos de la muerte, me sorprendieron las redes del abismo, me hundí en la angustia y la tristeza[…]

Las múltiples experiencias religiosas conocidas en la humanidad, tienen tres manifestaciones predominantes o incluso funda-mentales:

a.     la adoración
b.    la acción de gracias
c.     la súplica

En el primer caso el orante se relaciona con Dios como misterio, y se trata de una experiencia desde la divinidad de Dios, al ser reconocida por la persona que se sitúa en el papel de creada por él o descendiente suya.
En el segundo caso, el ser humano se relaciona con Dios como bondad suprema, es decir, como origen último de todo lo bueno que los humanos recibimos en este mundo.
Finalmente en la súplica, la petición o la demanda del orante se relaciona con Dios como poder infinito al que acudimos para pedir auxilio en las incontables carencias que experimentamos en la vida.

Pero, además de estas tres formas fundamentales de oración, tenemos que destacar también el reconocimiento de las propias faltas –llámese pecados-, como expresión cualificada de la oración. De hecho, así se manifiesta en bastantes religiones antiguas y actuales, como ha demostrado el investigador G. Widengren. En el presente caso el ser humano relaciona el natural sentimiento de culpa con el Ser trascendente y por eso, recurre a Él en demanda de perdón o indulto, para contrarrestar el desorden interior que experimenta y así recuperar la paz interior.

Como es fácil de comprender, al ser nosotros mismos creyentes y personas de fe; en cada una de las circunstancias vistas anteriormente hay un denominador común, y es que la oración brota, como practica natural que deriva de la vivencia de experiencias humanas y de situaciones concretas que vivimos los mortales: debilidad, necesidad, admiración, satisfacción por haber conseguido algo que se deseaba, culpa que se siente después de haber hecho cosas que vivimos y sentimos como maldad. 

En todos estos casos, son muchas las personas que reaccionan –de una manera más o menos consciente- recurriendo a un ser supremo, a un algo o alguien que nos trasciende y al que denominamos Dios, para expresarle lo que experimentamos, incluso en los casos en los que la experiencia que se vive es alguna forma de frustración o hasta de sentimientos o resentimientos por el dolor profundo que nos causa el abandono o la soledad en que nos dejan los demás y que nos impulsan, más que a la suplica, a la protesta.

Esto nos quiere decir que, por más que intentemos elaborar una exacta teología sobre la oración, tengamos en cuenta que no hay un resultado preciso, ya que la experiencia nos enseña que la oración es una expresión espontánea y racional. Es decir, nadie se pone a rezar porque llega a esa conclusión como fruto de un discurso o fruto de unos argumentos o de unas verdades bien demostradas. 

Los seres humanos rezamos porque nos sentimos débiles, necesitados, agradecidos, culpables…etc y sobre estas experiencias los teólogos, entendidos, pensadores y conocedores de estos campos podrás elaborar teorías teológicas y religiosas factibles y bien fundadas. Pero debe quedar claro que, si la gente reza, no es porque se ha aprendido la completa teología existente sobre la oración. La gente reza porque es propio del ser humano experimentar sus limitaciones. 

Y a partir de tales limitaciones, quienes tienen creencias religiosas acuden al Misterio Trascendente, sea cual sea la idea que cada uno tenga a ese respecto, sea cual sea el nombre adjudicado al Misterio, o sea cual sea el camino de formación o devoción concretas.

Por ello oración y religión están esencialmente conectadas, ya que lo primero que ha de tener resuelto una persona que quiere sinceramente hacer oración es vivir sinceramente una experiencia religiosa autentica. Quien no tiene debidamente resuelto el asunto de la religión y la religiosidad, difícilmente podrá poner en practica y vivir la oración con la debida coherencia y sin caer en peligrosas situaciones de auto-engaño.



Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
Bibliografia: 
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